jueves, 10 de marzo de 2011

Manos huesudas

Esto quizá sea sorpresivo para muchos, pero yo aveces escribo. Últimamente estuve trabajando en un cuentito que empecé hace mucho, del que no me puedo declarar autor original en términos absolutos, que hasta el momento no tenía título pero ya casi sé que va a responder al nombre de Manos huesudas o, si mi orgullo castellano me lo permite, Bony hands. Y empieza más o menos así:
Ya no había piel ni músculos a que aferrarse. Todo el armatoste humano, antes olvidable u oculto, ahora ineludible, forzoso. Aquello escondido por costumbre de lo que apenas resulta familiar un par de incisivos o la disposición de unas vértebras, ahora en la superficie y a la vista de todos. Un puñado de falangetas frías, blancas como el sol, duras de lo seco, apretando o aflojando caprichosamente los tres pistones de una trompeta. Carpos y metacarpos acomodándose a la forma dulce u hostil de un arco de violín. El húmero incómodo dándole la bienvenida al volumen inconquistable de un guitarrón.
Eran cuatro esqueletos disfrazados de mariachi, con sus sombreros grandes y su ropa de colores, quietos como el silencio que manaba de sus cuatro instrumentos mudos, a la espera de nada, resueltos ya en su honorable y acaso eterno propósito de decorar mi escritorio. El más bajito de los cuatro tocaba un contrabajo, nunca entendí por qué. El más alto, el violinista, medía menos que el cigarrillo que Celso acababa de acomodar en el cenicero. [...]
Lindo, ¿no? Ya lo sé, a mí también me encanta. Aunque lo más seguro es que mañana cuando lo vuelva a leer me parezca una mierda. Eso me pasa, y creo que le pasa a muchos también. Por el momento me gusta esto que escribo. Ahora hay que ver si lo termino algún día.

1 comentarios:

Irene Frydenberg dijo...

...Y, bueno, después uno se va acostumbrando a lo que escribe.

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